Héctor (como mi hermano) se llama y daba clases en la UNAM
(entonces ENEP, ahora FES) Acatlán. Recuerdo bien que me cayó mal cuando lo
conocí. Una estudiante le preguntó por qué tenía las uñas tan largas. “Para
excitar”, respondió. Me pareció una respuesta fuera de lugar.
Tendría unos 20 años entonces y, después
de mis clases de en la Facultad de Economía de la misma UNAM, tomaba clases
como oyente de Comunicación en Acatlán. En una de las clases de Héctor,
recomendó El tao del amor y el sexo, de Jolan Chang.[*]
Ya conocía, gracias a mi hermana Rosa
—que estudiaba Letras también en Acatlán, por cierto—,
Tao Te King de Lao Tsé (una edición que todavía conservo.) Me parecía
fascinante la profundidad contenida en frases tan breves. Hasta la fecha
disfruto mucho releerlo. “Pero esa es otra historia, y deberá ser contada en otra ocasión" (Ende).
Por esa época era asiduo visitante y
cliente de “librerías de viejo.” En una de tantas visitas a la calle de
Donceles, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, me topé con una
edición de Plaza y Janés del libro recomendado por Héctor. Estaba tan bien
conservada que aún permanecía con su envoltura de celofán. Lo compré.
Hasta entonces el sexo era para mi
placentero y punto. Asomarme a esta manera, nueva para mi, pero milenaria en su
práctica del sexo me abrió un panorama inmenso. Primero en su filosofía que
trastoca toda costumbre de relación que conocía entre mujer y hombre. Luego el
asombro al grado de incredulidad de cómo la “punta de jade” podría llegar a
equipararse con la eternidad de la “cueva de jade.”
Felizmente comencé a poner en práctica lo
que aprendía en teoría y entonces el sexo fue más allá de lo placentero;
incluso he pensado que es una forma de lo infinito.
(Jorge
Luis Borges puso un bonito ejemplo: imaginemos que al relato de Las mil y una
noches se le incluya el mismo como uno de sus relatos. Las mil y una noches
tendría un principio, pero sería infinito.)
Fui entusiasta promotor de El Tao del
amor y el sexo; regalé varios ejemplares a mis hermanos y amigos. Ante
cualquier oportunidad lo recomendaba, tanto su lectura como su práctica.
Recuero a un joven escritor (ignoro si
aún escriba) llamado Froilán. Coincidimos en un ingrato empleo, pero nuestros
viajes en Microbususes y Metrobús nos
daban oportunidad de platicar de literatura y otras vivencias. Salió el tema
del sexo y le hablé del sexo taoísta. Como a mi, le pareció increíble, pero fue
tal su interés por conocer el libro que
literalmente cada día me lo pedía prestado.
Una ocasión me acompañó a mi casa; vio el
libro e irremediablemente se lo presté. También tuvo un gran impacto en su
vida, al grado que cuando se lo pedí de vuelta, simplemente me dijo: “no te lo
voy a devolver.” Estaba feliz con su lectura, pero más con la experiencia.
Le sugerí algunas librerías de viejo
donde lo podría conseguir, pero no tuvo suerte. Ya no recuerdo si finalmente se
lo quedó o me lo entregó.
Héctor no me cayó bien, pero su recomendación fue una gran aportación para mi.
21 de agosto de 2012
[*] Recuerdo que una vez me corrieron de una de esas clases por
criticar a una profesora. “Pero esa es otra historia y deberá ser contada en
otra ocasión.”